Le dicen Malu, pero su nombre completo es María Luz. Nació en Trelew, Chubut, y allí dejó su infancia, su familia, sus amigas, y todo lo que para ella es raíz. “Trelew es todo para mí”, dice, recordando con ternura ese lugar tranquilo donde todos se conocen y donde dio sus primeros pasos en el fútbol… aunque no en un club, sino en las olimpiadas del colegio y jugando con sus primos.
Un día, a los 12 años, el destino le jugó una buena pasada: un club local necesitaba arquera y se acordaron de esa chica que siempre se metía al arco en el cole. Así fue que Malu atajó por primera vez con camiseta puesta, y lo que empezó como una invitación terminó siendo una pasión para toda la vida.
En marzo del año pasado, decidió mudarse a La Plata. Tenía apenas 15 años, y si bien la decisión no fue fácil —"fue un giro 360 en mi vida"—, el sueño pesó más que el miedo. Llegó para sumarse a Estudiantes de La Plata, donde hoy defiende el arco en la categoría Sub 19. "Lo que más me costó fue la distancia, los primeros días sin tener a nadie cerca", cuenta. Pero encontró contención en sus compañeras del club y del colegio, y se aferró a pequeñas cosas que la hacen sentir cerca de casa: fotos, una remera de su antiguo club, recuerdos chiquitos que la conectan con lo que extraña.
Malu ama el arco. Le gusta la presión, el desafío, la responsabilidad. “Ser la última, la que puede salvar al equipo, la que ve todo en la cancha”, dice con firmeza. No tiene ídolos famosos: su mayor inspiración son las personas que la acompañaron desde el principio, como su familia y quienes le transmiten seguridad día a día.
La llegada a Estudiantes fue tan atípica como decisiva. Un papá la vio jugar en un partido y recomendó su nombre. Como no pudo venir a probarse porque tenía que rendir materias, mandaron videos suyos en el seleccionado de Chubut en los Juegos Epade. Quedó seleccionada, y su historia pincharrata comenzó.
Su rutina en La Plata arranca temprano con el colegio, sigue con almuerzo, viaje en colectivo al club y entrenamientos intensos, y termina en casa, donde se recarga para empezar de nuevo. “Vestir esta camiseta es un orgullo enorme”, dice. Y se nota: juega con responsabilidad, compromiso y amor por lo que hace.
A lo largo de este camino, el fútbol le enseñó a ser fuerte, a confiar, a valorar lo pequeño y a no rendirse. Su meta a corto plazo es seguir creciendo como arquera. A largo plazo, su sueño está claro: llegar a Primera, ponerse la celeste y blanca, y vivir del fútbol.
“Si pudiera hablarle a la Malu que recién llegaba a La Plata, le diría que confíe, que todo esfuerzo vale la pena. Y a otras chicas del sur o del interior que sueñan como ella, les deja un mensaje directo y sentido: “No importa de dónde venís, sino las ganas con las que lo buscás. A veces hay que tomar decisiones que duelen, pero si lo hacés por lo que amás, vale la pena”, dijo con orgullo.








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